Los tiempos de crisis dentro de crisis
Superpuestas, solapadas o embebidas, y que transcurren a distintos ritmos y tiempos. Una reflexión inspirada en Guillermo Rochabrún sobre el agotamiento de la política.
Otra Política - cuestiones y disputas, No 3, 22 de mayo 2023 – ISSN 2982-4184 - DOI 10.5281/zenodo.8043034
No pueden ocultarse las responsabilidades de actores políticos, tanto en partidos como en otros sectores, en determinar qué hace y qué no hace el Estado, en cómo se configura la política, y en decidir quienes participan o son excluidos. Es así como se llega a extremos por los cuales se margina a muchos o se les impone a condiciones de vida tan insostenibles o violentas, que se lanzan a la protesta.
Procesos de ese tipo deben ser examinados con atención, y eso es lo que está sucediendo en Perú. El reciente reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos pone en evidencia uno de esos extremos, la violencia empleada en la represión policial, y que incluso podría ser calificada como masacres en algunos sitios. Esto confirma las denuncias de las organizaciones ciudadanas y los medios de prensa independientes (1). Pero es también parte de la crisis peruana encontrar que otros actores niegan o minimizan esos hechos. Esa es la posición de quienes apoyan al gobierno de la actual presidente, Dina Boluarte. A pesar de la gravedad de lo sucedido, hasta el momento, el ciclo de protestas no logró precipitar el llamado a elecciones anticipadas ni la caída de la presidente Boluarte (2).
Se mantiene la tensión en el país en varios frentes. Se padece una notoria incapacidad del gobierno de lidiar incluso con tareas básicas o urgentes, como pueden ser asistir a los afectados por eventos climáticos, proveer de fertilizantes y otros insumos a los pequeños agricultores, o asegurar de servicios elementales en salud y educación. El rechazo a los políticos convencionales se ahonda, en algunos sitios persisten las movilizaciones y no puede descartarse que vuelvan a generalizarse. Es una situación que, como se adelantó en un anterior texto, expresa lo que puede calificarse como un agotamiento de la política (3).
Las posibles causas
Entre los análisis más comunes frente a ese tipo de políticas están las referencias las limitaciones en la consolidación democrática, el vaciamiento de la representación política, o incapacidades varias del Estado. Un ejemplo de esas miradas es el diagnóstico de Ramón Pajuelo, quien señala entre otras cuestiones las dificultades para consolidar la democracia en “ausencia de representación política, desmoronamiento de los partidos y el riesgo de una creciente desarticulación social” (4).
Problemas como esos, son a su vez remitidos a causas tales como la exclusión étnica, las restricciones y marginaciones ciudadanas a pesar de proclamarse la igualdad política y jurídica; un Estado con limitaciones; los problemas en la cobertura de derechos, e incluso condiciones que formalizan la exclusión, tal como el mismo Pajuelo enumera. A su vez, todo ello está cruzado por la corrupción y la violencia, dos componentes que son muy visibles.
Más allá de esas u otras explicaciones, es importante advertir que esas posibles causas no están acotadas al presente, sino que están envueltas en problemas de más largo aliento, que trascienden al presente. Lo que se identifica como una crisis en un momento histórico determinado está, por un lado, inmersa en otros eventos que también son frecuentemente etiquetados como crisis, con coincidencias totales o parciales entre ellas; por otro lado, éstas a su vez ocurren en transformaciones de más largo aliento, las que también son varias veces interpretadas como crisis.
Crisis dentro de crisis
Una mirada que aborda las crisis dentro de las crisis, a lo largo de temporalidades más amplias, y que además se refiere al caso peruano, se encuentra en una breve reflexión del sociólogo Guillermo Rochabrún. Ese texto fue publicado a mediados de la década de 1980 en la revista Qué Hacer editada por DESCO (Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo) desde Lima (5). El ejercicio planteado es por demás interesante porque considera que en esos años, las crisis eran múltiples y a la vez discurrían a distinto ritmo o en diferentes tiempos.
Rochabrún comienza por describir un conjunto de cuatro crisis, reconocibles en aquel presente, aunque enmarcadas en distintos ciclos.
Uno primero se debería a una obsolescencia de los distintos desarrollismos, ya que no se lograba dejar atrás la condición del subdesarrollo. El “arsenal reformista” se abría agotado, y considera que en ese momento, a mediados de la década de 1980, no era renovado ni por izquierda ni por derecha.
El segundo alude al agotamiento del poder seductor de la modernización, asentado en medidas como la industrialización o la planificación del desarrollo. Rochabrún entendía que con esto se clausuraba una etapa iniciada en la década de 1940.
Uno tercero se debe al agotamiento de las promesas del capitalismo como “camino civilizador y como destino”, o sea, como ideología. A su modo de ver con eso se cerraba un ciclo aún más largo, previo, iniciado a fines del siglo XIX. Considerando ese final, auguraba una fase futura potencialmente más represiva.
En cuarto lugar, todas esas circunstancias están entroncadas con la crisis del socialismo como utopía. Esta indicación debe subrayarse porque en la fecha en que se publicó ese artículo sólo algunos reconocían ese declive, y en realidad la caída del socialismo real ocurrió algunos años después. Rochabrún admite que el socialismo tradicionalmente era entendido como “una vía para el desarrollo de las fueras productivas”, por lo que si las propias concepciones de desarrollo estaban en cuestión no puede sorprender ese descreimiento.
Estas cuatro cuestiones corresponderían a lo que este sociólogo presenta como una crisis inmediata de la Modernidad. Se puede inferir que considera que aquellas son crisis dentro de otra mayor y que las contiene. A su vez, discurriría un proceso también de amplio alcance histórico, que para el caso peruano Rochabrún describe como una “crisis de la matriz colonial de las relaciones sociales” expresada en las relaciones “blanco-indio”. Esta se corresponde con cambios en las relaciones sociales, modificaciones culturales y estéticas, donde nadie ocuparía el “lugar simbólico que dejó la oligarquía”.
Crisis presentes, superpuestas y persistentes
Buena parte de los elementos que consideraba Rochabrún hace más de tres décadas atrás siguen resonando en la actualidad, aunque por supuesto bajo expresiones que se han modificado. Se los puede examinar en un intento de comprender de mejor manera el momento presente.
Abordando las crisis más inmediatas, solapadas e incluso superpuestas unas con otras, está claro que quedó atrás la confianza en una modernización industrializada que aseguraría bienestar por medio de la proletarización de amplias mayorías. Las nuevas opciones de modernización ofrecidas, como apostar a los sectores de servicios, no generan ni siquiera una adecuada demanda de empleo. Se instalaron modernizaciones apenas parciales, en tanto hay amplios sectores que siguen sumidos en condiciones de pobreza y marginalización como en décadas atrás. En algunas regiones la subsistencia está asegurada en el mundo informal, incluso ilegal, como ocurre con la minería ilegal de oro, y que además es crecientemente violenta. Muchas de estas condiciones de vida son paradojalmente híbridas, donde coexisten los teléfonos celulares de última generación con la falta de agua o saneamiento como hace un siglo atrás.
Persiste, o tal vez se ha profundizado, la desilusión con las promesas de desarrollo tras haberse ensayado todo tipo de estrategias sin resultados positivos asegurados. Si bien en Perú, como en Chile y Colombia, se sucedieron estilos de desarrollo conservadores, no puede olvidarse que en los países vecinos, los progresismos desplegaron estrategias más heterodoxas, y basadas en otros discursos de legitimación. Sin embargo, los éxitos fueron limitados, no aseguraron mejoras que trascendieran al ciclo de altos precios de las materias primas (como la reducción de la pobreza) y tampoco impidieron un retorno al gobierno de partidos políticos de derecha (6).
Pero a pesar de esto, los estilos de desarrollo que persisten son todos ellos variedades del capitalismo. Como sus contradicciones y fallas desembocan en la imposibilidad de asegurar buenas condiciones para las mayorías o de proteger la naturaleza, su permanencia requiere de crecientes mecanismos de control, más represiones y derivas autoritarias. Todo ello es necesario para para acallar las demandas ciudadanas, como ya advertía Rochabrún. A la vez, las alternativas no-capitalistas han languidecido y no cuentan ahora con el suficiente respaldo ciudadano y político. Eso es justamente lo que está ocurriendo en Perú, como en otros países de la región.
Esa dinámica no surge de la noche a la mañana, y las crisis que golpean a Perú u otras naciones, también deberían ser interpretadas y analizadas en un marco más amplio de crisis que son variadas, superpuestas o enmarcadas unas en otras, y a lo largo de tiempos más largo. En acuerdo con el señalamiento de Rochabrún, todas ellas están enmarcadas en un devenir de la Modernidad de más largo aliento.
Estos procesos de crisis múltiples, y que a la vez discurren en una transformación de la modernidad a más largo plazo, se corresponde perfectamente con la hipótesis del agotamiento de la política de la Modernidad, presentada en un análisis anterior también enfocado en la situación peruana como ejemplo primario (7).
La hipótesis del agotamiento de la política no implica que esta desaparezca. No es un final al que le sigue un vacío político, ya que se mantienen operando los conglomerados partidarios, podrán repetirse las marchas ciudadanas, los reclamos judiciales, las acciones estatales y así sucesivamente. Tampoco implica negar que de un lado avancen las posturas conservadoras o ultraconservadoras, o incluso brotes fascistas y autoritarios, y del otro lado, se potencien las resistencias y movilizaciones ciudadanas que operen en sentido contrario. Esas idas y venidas están ocurriendo, por ejemplo, Chile, Brasil, Ecuador y Argentina.
El sentido del agotamiento refiere a que la política de la Modernidad ya no genera soluciones para los problemas que ella misma desencadena, no logra crear innovaciones distintas y efectivas en superar sus contradicciones y consecuencias negativas. Los cambios y alternativas terminan restringidos a reformas y ajustes dentro de esa política moderna.
En efecto, no puede desconocerse la proliferación de propuestas reformistas. Sin embargo, la gran mayoría son ajustes o rectificaciones por ejemplo sobre el Estado, el marco legal o la educación, pero no atacan esos componentes básicos que determinan los modos de sentir, concebir y practicar la política, considerándolos como inamovibles. Por eso mismo, esa proliferación de las reformas es un síntoma del agotamiento político.
Agotamiento político y las derechas
El agotamiento de la política afecta de diferente manera a las distintas corrientes político partidarias. Su efecto es mayor sobre las izquierdas, ya que reivindican una política más densa, compleja y organizada. Se pierden opciones más radicales y se vuelven más comunes los reformismos desde la izquierda, cuya expresión más conocida está en los progresismos. En cambio, las posturas de derecha se contentan e incluso buscan un minimalismo político.
Esto explica que las posturas políticamente conservadoras prevalecen bajo el agotamiento político. No sólo eso, sino que a medida que las diferentes crisis que se superponen en tiempos cortos, se debilitan los blindajes culturales y políticos que, pongamos por caso, aseguran derechos de las personas o el bienestar común. Eso posibilita que asomen cada vez más actores de extrema derecha, que se sumen discursos reaccionarios y se exhiban prácticas que antes hubiera sido vergonzoso defender.
En los últimos años eso ha ocurrido en Perú, en tanto cada nueva crisis es un poco peor que la anterior. La posibilidad de una represión violenta y que las muertes ocasionadas no desencadenaran la caída del gobierno Boluarte, también se debe a que este agotamiento hace expandir la tolerancia o indiferencia entre distintos sectores sociales. El proceso sigue en marcha y ahora se suman medidas que años atrás hubieran sido vergonzosas, como es la resolución de la Corte Suprema de considerar la protesta ciudadana es un “delito” (8).
Podría argumentarse que en Perú este proceso avanza lentamente. Pero si se observa Brasil, al ocurrir más rápidamente, la secuencia fue más evidente. El desgaste del progresismo organizado por el Partido de los Trabajadores y Lula da Silva, dio paso en un corto tiempo a una extrema derecha representada en Jair Bolsonaro. Esta logró modificar los términos del debate público dentro de Brasil. Como advierte, por ejemplo, Luis Felipe Miguel, se destruyeron consensos que eran compartidos por todos los partidos desde el retorno de la democracia, que al menos en los discursos públicos establecían las condiciones de aceptabilidad y límites (9). Esos elementos incluían el respeto a la democracia, a los derechos humanos y el combate a la desigualdad social.
En cambio, el bolsonarismo cuestionó esas ideas y rompió esos acuerdos, por ejemplo, presentando a los derechos de las personas como si fueran ventajas para delincuentes o haraganes. Consiguió que los discursos reaccionarios dejaran de estar en los márgenes y captó respaldos ciudadanos más amplios. Se podía decir lo que antes era indecible, hacer ante toda la sociedad lo que antes se evitaba u ocultaba, y esos fueron los cambios clave.
Se deriva hacia una condición por la cual la política si bien sigue funcionando, se devora a sí misma, dejando las pretensiones de asegurar el bienestar colectivo y reprimiendo a quienes eso reclaman.
La modernidad exhausta
Establecido el sentido otorgado a la idea de agotamiento de la política, es posible retomar el diálogo con Rochabrún. En su breve artículo indicaba que las crisis de su tiempo estarían enmarcadas en una crisis de la Modernidad, la que discurriría junto a otra que afecta los determinantes de las relaciones sociales que son coloniales. Es posible actualizar esa mirada, reordenando esos componentes ya que más que discurrir en paralelo, uno contiene al otro. Las asimetrías y diferencias coloniales son parte de los cimientos que sostienen la edificación de la Modernidad contemporánea. Dicho de otra manera, aquello que de distintos modos se concibe como moderno contiene como unos de sus fundamentos esenciales a esa matriz colonial.
Distintos sucesos indican que esas divisiones y jerarquías herederas de la colonia, están una y otra vez cuestionadas. Esas manifestaciones son muy visibles en Ecuador, Perú y Bolivia, pero también están detrás de varios conflictos, especialmente con campesinos o indígenas, en Brasil, Colombia, Chile y Argentina. La Modernidad no logra resolver esa problemática ya que la colonialidad es esencial a ella misma.
Se apela entonces a reacciones que desembocan en reformismos, no se cuenta con empujes de renovación que sean potentes e innovadoras, y no se resuelven la pobreza y la marginación social ni la debacle ecológica. Las ilusiones de avances hacia el progreso se desvanecen y pierde adherentes. Es una Modernidad exhausta.
Bajo esas circunstancias apremiantes se recurre cada vez con más frecuencia a los controles, el disciplinamiento, la represión y el autoritarismo, pero a la vez ese mismo agotamiento permite que todo eso sea naturalizado o aceptado con resignación. Esa es la condición de la necropolítica, una política que toleran las muertes de las personas y de la naturaleza (10).
Notas
1. Ver, por ejemplo, CIDH: informe habla de masacre y ejecuciones extrajudiciales, M.E. Castillo, La República, Lima, 4 mayo 2023, leer…
2. Véase por ejemplo: Reflexión política, M. Ruiz, Servindi, Lima, 20 abril 2023, leer…
3. Véase El agotamiento de la política en una nueva crisis en Perú, E.Gudynas. Cuestiones y Disputas en Otra Política, No 2, 20 abril 2023, leer…
4. La promesa incumplida. Reflexiones sobre desigualdad ciudadana, diferencia étnica y democratización en el Perú republicano, Ramón Pajuelo T., pp 241-291, en: La promesa incumplida. Ensayos críticos sobre 200 años de vida republicana ( N. González y R. Asensio, eds). IEP, Lima, 2021, p 266.
5. Perú: los tiempos y la crisis, Quehacer 42: 46-57, 1986; reproducido en Batallas por la teoría, Guillermo Rochabrún, IEP, Lima, 2007, pp 289-292.
6. Una introducción a ese desempeño en: Los progresismo sudamericanos: ideas y prácticas, avances y límites, pp 27-61, en: Rescatar la esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo (varios autores). EntrePueblos, Barcelona, 2016.
7. El agotamiento de la política en una nueva crisis en Perú, Gudynas, citado en la nota 3.
8. Corte Suprema dice que la protesta es un delito y no está reconocida en la Constitución, C. Romero, La República, Lima, 16 mayo 2023, leer…
9. A reemergência da direita brasileira, Luis FelipeMiguel, pp 17-26, en: O ódio como política. A reinvenção das direitas no Brasil (E. Solano Gallego, ed)., Boi Tempo, São Paulo, 2018.
10. Necropolítica: la política del dejar morir en tiempos de pandemia, E. Gudynas. Palabra Salvaje 2: 100-123, 2021, aquí…
Una primera versión, abreviada, de las presentes ideas se publicó en Noticias Ser (Perú). La imagen al inicio del presente artículo es un dibujo en acuarela de alumnos de un centro educativo en Alcolea de Cinca, Huela (España); le siguen una fotografía de La Mula (Perú) y la pintura al óleo 'Fatiga', por B. Sauve (Francia).
Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). En redes sociales: @EGudynas.
El texto puede ser reproducido siempre que se cite la fuente (licencia Creative Commons BY SA). ISSN 2982-4184.
CITA: Los tiempos de crisis dentro de crisis, E. Gudynas. Otra política - cuestiones y disputas, No 3, 22 de mayo 2023 – https://otrapolitica.substack.com/p/03crisisdentrodecrisis - DOI 10.5281/zenodo.8043034
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