Hoy es distinto: políticas de la muerte y las aperturas a otra política
Frente a las políticas del dejar morir a las personas y la Naturaleza, un llamado a promover aperturas hacia mundos políticos organizados de otros modos.
Otra Política - cuestiones y disputas, No 1, 1 marzo 2023 - ISSN 2982-4184 - DOI: 10.5281/zenodo.8040691
Son muy conocidas las advertencias sobre lo que muchos califican como una crisis con la política. Se emiten alarmas contra las nuevas derechas, se descubre el uso de la mentira, se suceden estallidos sociales, hay triunfos electorales auspiciosos, cambios de gobiernos, pero el desánimo con la política se mantiene o reaparece. Los análisis convencionales están tan ensimismados con detalles y diagnósticos, sin advertir que la situación actual es distinta.
Nos estamos sumergiendo, poco a poco, en una política que se resigna ante la muerte de las personas y la Naturaleza. Es un cambio sustancial en cómo opera la política, y al pasar desapercibido, se vuelve difícil de revertir. Las alternativas no pueden apelar a conocidas recetas, ya que en ellas están contenidos los factores que provocan esa resignación y aceptación de la muerte. Se requieren, en cambio, opciones de cambio muy distintas, a veces inconcebibles, abiertas a entender otra política que opera de otros modos y para otros mundos. Este breve texto es una invitación a participar en esa reflexión (1).
“La política” en problemas
Lo que comúnmente se entiende como “la política” está inmersa en muy serias dificultades, en varias dimensiones a la vez, y sin que se vislumbren soluciones efectivas. Por ejemplo, América Latina acaba de atravesar la pandemia por Covid19, en la cual murieron al menos 1,5 millones de personas (aunque seguramente el número real sea más alto) (2). Es un saldo muy trágico, como si varias ciudades hubiesen sido bombardeadas, pero que sin embargo no provocó una reacción drástica. Al mismo tiempo, se aprovechó la emergencia sanitaria para aplicar todo tipo de medidas de control, vigilancia y represión. No cayó ningún gobierno a pesar de las ineptitudes en lidiar con la pandemia, y ni siquiera se iniciaron reformas del sector salud. Fueron muertes lloradas pero aceptadas.
La violencia, que es un severo problema que se arrastra desde mucho antes que la pandemia, expresa una situación análoga. Es sabido que América Latina es el continente más violento del mundo. Brasil ocupó el primer lugar en el mundo en el número de asesinatos (47 mil); le siguió México en el segundo; Colombia y Venezuela se ubican en los puestos seis y siete en ese ranking. Si en cambio se observa la proporción de homicidios por cien mil habitantes, ocurre lo mismo porque en las diez primeras ubicaciones hay seis países latinoamericanos (3). En algunas ciudades la situación es mucho peor, ya que sus tasas de homicidios triplican o duplican a las de Jamaica (4). Esa violencia, sea urbana o rural, persiste sin que la política logre resolverla, mientas que amplios sectores la van aceptando y naturalizando.
En la dimensión ambiental, la situación es análoga. Se suman las denuncias de contaminaciones, de la destrucción de ecosistemas y de pérdida de biodiversidad. La política tampoco ha logrado frenar ese deterioro, y aunque se intercalan las denuncias de grupos ciudadanos, buena parte de la sociedad se resigna al derrumbe de la calidad ambiental (5).
En esos y otros problemas hay múltiples manifestaciones y reclamos ciudadanos, y los diagnósticos se apilan en los despachos de los ministros o se publican en revistas académicas, pero lo que comúnmente se denomina como “sistema político” no logra superarlos. Ese fracaso alimenta la aceptación y resignación ciudadana. Las personas se adaptan a una cotidianidad de violencia y contaminación, de represión y muerte. Esa aceptación es un hecho que en sí mismo no puede pasar desapercibido. La cuestión crítica ya no es solamente el informe de una nueva matanza o la repetición de la contaminación ambiental, sino que lo alarmante reside en que se repiten porque la política queda inmersa en la aceptación y resignación.
Es cierto que se multiplican los rechazos ciudadanos, protestas y conflictos, incluso estallidos generalizados como en Ecuador y Chile. Esos hechos no están en disputa, sino que lo que se quiere advertir es que, por ejemplo, ningún presidente fue forzado a dejar su cargo por su incompetencia en asegurar la salud pública, resolver la pobreza o apaciguar el país. Las renuncias de ministros tras una ola de asesinatos o por la extinción de especies son rarezas políticas. Las elecciones logran cambiar los grupos partidarios que gestionan el Estado, pero muchos de esos problemas regresan al poco tiempo. Más allá de algún escándalo o rencilla, amplios sectores ciudadanos aceptan esos hechos, algunos apoyados en la resignación y otros en la indiferencia.
Esto obliga a preguntarse por qué no se generaliza una reacción de indignación y rechazo masivo a esas situaciones. Es necesario poner en cuestión que son muchos los que dejaron de considerar intolerables todas esas muertes, la violencia y la destrucción ambiental.
Nunca más
En otros momentos de nuestra historia existieron situaciones que llevaban a las advertencias de un colapso o muerte de la política, de la diseminación de la anti-política, o que llegaban a los extremos de la imposición de los autoritarismos bajo las dictaduras militares. Pero aún en esos casos, la resistencia ciudadana, el sentido de indignación y rechazo, desencadenaron cambios políticos.
Recordemos, como ejemplo, que ese tipo de rechazos alimentaron un viraje político sustantivo como fue la caída de dictaduras militares en los países del Cono Sur en la década de 1980. La indignación se palpaba en las calles, le siguió el horror ante las torturas y las desapariciones. En esas circunstancias, en Argentina se presentó en 1984 el reporte “Nunca más”, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). En sus páginas se advertía que el país padeció su “más grande tragedia” en la cual los principios erigidos a lo largo de milenios de sufrimientos y calamidades fueron pisoteados y desconocidos (6).
La cuestión actual es ¿por qué no ocurre algo similar en la actualidad? ¿Por qué no se suceden demandas por un “nunca más” por ejemplo ante la sucesión de asesinatos, ante los que deben dormir en las calles o no consiguen alimentarse, o frente a la destrucción ambiental? Cualquiera de esas situaciones revisten una gravedad tan severa que también pueden ser calificados como una tragedia, pero sin embargo no se produce una dinámica política que lo asuma.
Esta condición no está acotada a América Latino sino que se repite en todos los continentes. En ellos también asola la violencia, la destrucción ambiental, y se toleran distintos gratos de autoritarismos. Incluso a nivel global, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, le dice a todos los jefes de Estado y a la opinión pública que el planeta avanza hacia una catástrofe generalizada (7). Se los ha dicho en múltiples ocasiones, utilizando diferentes ejemplos, pero sin ningún éxito. Los gobiernos siguen destruyendo el ambiente, mantienen guerras, toleran violaciones de derechos fundamentales, y solo les preocupan los desempeños económicos.
El desencanto con la política
Uno de los abordajes más comunes frente a esos hechos consiste en referirlos al debilitamiento de la política, sea en sus ideas, en sus prácticas o en su institucionalidad. Es cierto que han existido mejoras en varios frentes, como ocurrió con el reconocimiento de derechos o el mantenimiento de las formalidades democráticas en casi todos los países. Incluso se lograron momentos de bienestar para amplias mayorías. Sin embargo, las respuestas de los políticos, los partidos políticos y el Estado, no logran resolver muchos problemas, lo que alimenta el alejamiento y la desconfianza. La incompetencia en atender las demandas ciudadanas o el servilismo con intereses empresariales, la corrupción o el caudillismo, alimentan todavía más esas tendencias.
Bajo esas condiciones no sorprende que casi la mitad de los latinoamericanos consideran que un régimen democrático es preferible a uno autoritario, pero el 70 % de los consultados estaban insatisfechos con ella. Las personas confían mucho mas en la iglesia, militares, policías e incluso empresas, que en los espacios o actores políticos. Apenas un 27 % de los encuestados confían en el propio gobierno, se cae al 20 % con el poder legislativo, y se desploma al 13 % con los partidos políticos (8).
Esto no debería extrañar porque para muchas personas la política significa amparar la violencia, servir a los intereses empresariales, participar en redes de corrupción o ser cómplice de la criminalidad. Es una política donde se prometen beneficios, pero que a la vez se dedica a justificar o encubrir sus incumplimientos y fracasos.
La política de los modernos
La aceptación y la resignación, la desconfianza y la despolitización, deben ser entendidos como condiciones propias de la Modernidad porque aparecen bajo diferentes regímenes políticos, en distintas ideologías, e incluso en otros continentes (9). Considerando a la política en su sentido genérico, que incluye los debates públicos sobre la vida en común, las acciones que despliegan colectivos como los partidos políticos y sus líderes, o la institucionalidad en la que se organiza, particularmente en el Estado, toda ella es heredera de esa Modernidad (10). Los modos contemporáneos en entender y practicar la política, con sus aciertos y sus problemas, es parte de esta Modernidad. Sus orígenes son esencialmente europeos, y las reformulaciones que se hicieron en América Latina están inmersas en esa tradición. Hobbes o Locke, Rousseau o Montesquieu, Jefferson o Mill, tenían sus seguidores en nuestras tierras, quienes a su vez agregaron o excluyeron diversas cuestiones (11).
Esta política fue tempranamente explicada como expresión de la razón, comprometida con promesas ambiciosas como defender la vida, asegurar la libertad, y promover el bienestar. Se conformó a partir de pretendidos acuerdos o evidentes imposiciones por las cuales las personas cedían aspiraciones y pasiones para aceptar controles y castigos que supuestamente servirían para erradicar el miedo y la violencia. Esos acuerdos o “contratos” sociales se organizaron desde distintas perspectivas y prácticas, con múltiples disputas entre ellas, a veces sangrientas, aunque todas enmarcadas dentro de la Modernidad.
Las posturas políticas se expresan desde distintos bandos, como pueden ser conservadores, liberales, socialdemócratas o socialistas, quienes se critican unos a otros, pero que más allá de eso, en sus prácticas convergen en muchas similitudes. En tanto modernas, todas comparten conceptos y sensibilidades básicas. Entre ellas se encuentra una dualidad que separa a una sociedad de humanos de una naturaleza con conjunto o agregados de no-humanos. Sólo los humanos son sujetos y tienen agencia moral y política; en su ámbito, a su vez, hay una jerarquía patriarcal. Los saberes y sensibilidades occidentales, en especial eurocéntricos, son asumidos o impuestos como superiores y universales; bajo similares condiciones se privilegia a la ciencia y la tecnología. Existiría una historia universal, donde la referencia a seguir es occidental. Es evidente la prevalencia de una producción y economía que se organizan a partir de la apropiación de objetos de la Naturaleza, bajo lógicas de rentabilidad, propiedad y crecimiento. Consecuentemente, se reproducen condiciones de desigualdad y pobreza, autoritarismo y violencia que a veces se aminoran, pero nunca se resuelven.
Esas y otras características corresponden a lo que aquí se denomina como ontología moderna. Este concepto refiere a los entendimientos sobre nosotros mismos y el mundo donde estamos inmersos, las condiciones de existencia de sus componentes y procesos, y las formas en que se organiza y funciona ese mundo. Esta idea se acerca más a la sociología y la antropología, y no necesariamente se corresponde con los usos tradicionales en filosofía (12). La ontología performa su propio mundo; continuamente crea y recrea un mundo donde hay sujetos por un lado y objetos por el otro, y reviste ese procedimiento como correcto, legítimo y ajustado a la realidad. Del mismo modo, performa los actores políticos, sus institucionalidades y expresiones.
Esta breve descripción sirve para indicar que la Modernidad determina lo que se entiende por política, precisa quienes pueden expresarse políticamente, quienes son sus actores, a la vez que excluye y anula a otros. Establece, al mismo tiempo, lo que es inconcebible, inaceptable o imposible. En esto descansan vías de las representaciones, el papel de los saberes, los devenires históricos, las ideas de democracia o derechos, la institucionalidad, etc. Esos elementos, a su vez, desembocan en encauzar otros ámbitos, desde la justicia a la organización del Estado, e incluso los tipos de gestión y gerenciamiento de las políticas públicas. Indican quienes pueden expresarse, cómo se los representa, e incluso las vías para denunciar o resistir. En ese nivel operan los planes de desarrollo, las leyes y decretos, los flujos de capital, las protestas y las represiones.
El pacto diabólico
Esa política creada y practicada por los modernos, siempre estuvo repleta de contradicciones. El que ingresa en ella, advertía Max Weber, “se mete con el poder y la violencia como medios, firma un pacto con los poderes diabólicos” (13). A pesar de sus ideales, también se desentendió de la razón, cercenó vidas, amparó el racismo y el colonialismo, consolidó la desigualdad y la pobreza, sostuvo totalitarismos y legitimó la opresión (14). Hay muchos amargos ejemplos de cualquiera de esas problemáticas.
Las caídas en esas contradicciones, en esos pactos diabólicos, generaban reacciones tanto en políticos como en la ciudadanía. Se disparaban protestas y movilizaciones contra las violaciones de derechos, el racismo o el colonialismo o la violencia, los que eran considerados intolerables o indignantes. Las disputas entre las corrientes políticas modernas expresan distintos diagnósticos y resoluciones. Esas reacciones, muchas veces nutridas por el horror, desembocaban, por ejemplo, en las movilizaciones por la igualad política, la defensa sindical de los trabajadores, las denuncias contra los racismos que oprimían a campesinos o indígenas, o las demandas de los feminismos.
La política de los modernos navegó en esas tensiones y contradicciones. Prometía asegurar la vida, la paz y la libertad, pero simultáneamente constituyó mecanismos de control y disciplinamiento, reglas y restricciones, con sus saberes específicos. A tono con el señalamiento de Michel Foucault sobre la biopolítica, en particular bajo el liberalismo, se creó al sujeto con derechos pero que al mismo tiempo era un agente económico necesario para sostener los procesos productivos (15). Se ejerce un poder sobre las personas, sus cuerpos y sus ambientes, pero para que sea efectivo, y que pueda ser reproducido, esos individuos deben estar vivos. Entendida de ese modo, la Modernidad opera y necesita de personas vivas, participantes de la política, aunque bajo reglas y condiciones que ella establecía.
Esa dinámica de acciones y reacciones bajo las cuales se intentaban contener o corregir algunas de las condiciones más oscuras de la ontología moderna, se está alterando en la actualidad. Los ejemplos señalados arriba, no son una mera repetición de problemas similares que ocurrieron antes porque las correcciones biopolíticas hoy no operan adecuadamente. La opresión y la muerte antes producía indignación y rechazo en grupos numerosos, con la capacidad de escalar en adhesiones y movilizaciones, o demandas de un “nunca más”, como se describió arriba. Esas expresiones, a su vez, imponían cambios políticos. En la actualidad, en cambio, esas respuestas son más acotadas y limitadas, incluso más raras. La indignación y el horror ante la muerte y la opresión en muchas ocasiones quedan en minoría ante la aceptación o la indiferencia. Estamos ingresando a los tiempos de la necropolítica.
Ahora es diferente: necropolítica
La creciente resignación y aceptación de la muerte deja en evidencia ese cambio sustancial. Frente a problemas persistentes, como la violencia urbana y rural o el deterioro ambiental, se observa que se toleran, y hasta naturaliza, la muerte de las personas y de la Naturaleza, mientras que a la vez se mantenía viva un tipo de economía. Para describir esta condición se utiliza el concepto de necroplítica.
Inspirado en las reflexiones del camerunés Achille Mbembe, el término alude a situaciones donde la vida queda sometida a la muerte, bajo una política que crea y mantiene a las personas como apenas vivas, o como muertos vivos. En el uso original de Mbembe se apuntaba a situaciones de violación en los derechos humanos, la proliferación de acciones ilegales, las intervenciones bélicas contra regiones y pueblos, y otras medidas, todas las que desembocaban en crear condiciones de vivir pero para morir (16).
Es posible actualizar y redefinir ese concepto para las situaciones actuales (17). El dejar morir de la necropolítica opera en grandes escalas, afectando países y continentes. No es un sinónimo de acción violenta, ni está orientado a matar personas, sino que implica una lejanía e indiferencia con la muerte. Eso hace que sea funcional a distintas formas de violencia, como pueden ser las bandas criminales, los narcotraficantes o las represiones policiales. No persigue específicamente a individuos como pueden ser los líderes sociales, pero hace poco o nada si alguien los asesina, lo que explica el creciente número de homicidios de ellos.
Estamos ante una reconfiguración de las reacciones, de las afectividades y sensibilidades que hacen posible esa tolerancia o naturalización con la muerte. Los mecanismos para evitarla ya no son efectivos, y dejan de importar las muertes. El gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil es una ilustración dramática de que la necropolítica está entre nosotros.
Bajo su gestión abundaron las posturas racistas, machistas y violentistas, que se tradujeron en políticas y acciones que tienen responsabilidad directa en la ola de muertes por Covid, en los crímenes en las ciudades, en el genocidio de los pueblos indígenas, y en la depredación ecológica. Deisy Ventura, profesora en la Universidad de São Paulo, sostiene que las acciones de ese gobierno fueron actos intencionales deshumanizados, donde los intereses económicos justificaban la “muerte masiva de los más frágiles”. No sólo se cuenta el legado de muertes por el manejo de la pandemia sino que ahora se suma la evidencia del genocidio cometido contra pueblos indígenas (18).
A medida que avanza la necropolítica, lo intolerable que son las muertes masivas, especialmente de pobres e indígenas, fue justificado y tolerado por amplios sectores ciudadanos. Los bolsonaristas no escondían sus extremismos, y allí donde había una legitimación, ésta no se basaba en la moral sino en la economía y el mercado. Ventura concluye con un lapidario juicio: Brasil es un “país humillado por haber tolerado lo intolerable” (19). Pero a pesar de todo eso, Bolsonaro mantuvo un enorme apoyo ciudadano (logró más de 58 millones de votos, frente a poco más de 60 millones para la coalición de Lula da Silva, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022).
La diseminación de la necropolítica también contribuye a anular reacciones ciudadanas, e incluso los estallidos sociales. En años recientes han ocurrido movilizaciones generalizadas y potentes en distintos países; Chile, Ecuador, Colombia y Perú son los casos más recientes. Algunas fueron efectivas en lograr un viraje político en los gobiernos (como en Chile y Colombia), pero eso no sucedió en Perú o Ecuador. En este momento es en Perú donde más claramente se asoma la necropolítica en tanto la actual presidencia y casi todo el legislativo se escudan en una fuerte represión policial (que en febrero de 2023 totalizaba 60 fallecidos y más de 1 300 heridos). Esa presidencia y ese legislativo hacen su política sobre los féretros de los que sucesivamente mueren en cada marcha, pero minimizando esos hechos, mientras hay amplios sectores ciudadanos que simplemente observan.
Esos casos, muy tristes, permiten señalar. Se carcomen los mecanismos de reconocimiento, y las personas dejan de ser ciudadanos, e incluso quedan despojadas de su humanidad, para ser inferiorizados, marginalizados o excluidos, a tono con la “brutalización” de los conflictos sociales (20). Pero la necropolítica agrega que amplios sectores ciudadanos quedan atrapados en entender que para ellos no hay alternativas mejores o más correctas, hundiéndose en la indeferencia o la omisión (21). No es que las mayorías repentinamente se volvieron insensibles, pongamos por caso, con el genocidio de los pueblos amazónicos o con las matanzas en enclaves rurales, sino que se les han arrebatado sus agencias morales, las que son necesarias para las alternativas políticas. Las urgencias de muchos están en sobrevivir, no encuentran hacia donde escapar, no pueden sopesar las consecuencias de sus acciones y tampoco encuentran algo distinto para elegir. Languidecen, casi como muertos vivos, donde lo que era inmoral, intolerable e incluso horrible, unas veces es aceptado, y otras tolerado, o ni siquiera pueden hacer una evaluación moral, porque todas sus posibilidades son consumidas en tratar de sobrevivir (22). Estas son las condiciones de la necropolítica.
Una política que se devora a sí misma
A pesar de su gravedad, la necropolítica en buena medida pasa desapercibida. Es más común que se interprete la situación actual como expresión del neoliberalismo, fascismo u otras posiciones reaccionarias. O bien, se conciben que síntomas como la violencia y la indiferencia serían análogos a los que se padecía tiempos atrás, y podrían resolverse bajo alguno de los mecanismos propios de la política moderna.
Sin embargo, es necesario insistir en que la necropolítica determina una situación sustancialmente diferente. Ella evidencia un agotamiento en los mecanismos de la Modernidad para operar contra la muerte, y en una incapacidad para avergonzarse por ese fracaso. No sólo eso, sino que la ontología moderna contiene los factores e imposturas que llevan a esta situación (23). Los entendimientos e instrumentos políticos disponibles están limitados a esa ontología, lo que hace que se aborde el mundo, por ejemplo en dualidades y jerarquías, y de ese modo una y otra vez cae en formas de explotación, exclusión y dominación. Como la Modernidad además sostiene que no hay alternativas posibles a ella misma, las opciones de cambio que la trascienden no son imaginadas ni concebidas.
La necropolítica no constituye un vacío político, ni siquiera una anti-política o su final, sino que es su transformación. Es muy activa, y continuamente produce relatos de todo tipo para anular los sentimientos de indignación, para combatir las resistencias ciudadanas focalizadas, y legitimar prioridades económicas. La muerte de personas o la desaparición de ecosistemas es continuamente justificada, apelando a nociones de orden, seguridad y necesidades económicas.
Pero de todos modos es una política que se devora a sí misma. Padece de una pulsión antropofágica que hace que la lleva a su desaparición porque desemboca en un mundo donde todo estará muerto, sean personas y o ecosistemas.
Casi no hay más tiempo
La diseminación de la necropolítica ocurre en un contexto muy particular. La humanidad y el planeta están en riesgo en este mismo momento, y las amenazas progresan mucho más rápido que las posibles soluciones. La debacle ecológica, expresada en el cambio climático global, así como otros trastornos planetarios (por ejemplo en los ciclos de nitrógeno y fósforo), la acumulación de plásticos y la extinción masiva de biodiversidad, son de una intensidad nunca antes vista y cubren a toda la Tierra. A su vez, producen efectos sobre poblaciones humanas que se intersectan y potencian con otras tantas crisis que pueden ser económicas, bélicas, culturales y políticas. Las demoras en reaccionar imponen consecuencias en un creciente número de personas mientras que imponen una carga de sufrimientos para las generaciones futuras llevándolos a más crisis o el colapso (24).
La política moderna no se generó a partir de ese tipo de circunstancias, nunca antes enfrentó un riesgo planetario de esta severidad, los límites ecológicos son ajenos a ella, y no cuenta con los recursos para lidiar con todo eso. Cada año que dejan sin resolverse problemas como el cambio climático, no sólo se incrementa el deterioro ecológico sino que se hace más difícil recuperar la salud ecológica del planeta. Cada año que no se combata la necropolítica, se disemina un poco más la indiferencia y la resignación.
No se dispone de tiempo para nuevos ensayos de ajustes o rectificaciones dentro la ontología moderna. Dejó de ser una solución añorar un regreso a la vieja biopolítica que, a pesar de sus contradicciones y claroscuros, muchos podrían considerar preferible a la necropolítica. Las soluciones y ajustes modernos dejan de ser confiables o efectivos, porque esa ontología contiene los modos de pensar y actuar que alimentan esas crisis ecológicas y sociales. Esa incapacidad está muy clara, por ejemplo, en los sucesivos fracasos de las cumbres sobre cambio climático y conservación de la biodiversidad. Se necesitan otros tipos de alternativas.
La necesidad de otra política
El breve recorrido en este ensayo muestra que hay una deriva moderna hacia la necropolítica, y que ésta no puede enfrentarse adecuadamente con respuestas de la Modernidad. Por lo tanto, las alternativas deben buscarse más allá de lo moderno o en sus márgenes. Es necesario, y además urgente, imaginar y pensar opciones políticas que no están predeterminadas por la política moderna. El primer paso es una apertura a considerar que eso es posible. Esa posibilidad no es una cuestión menor, porque la propia Modernidad bloquea una y otra vez concebir o imaginar opciones más allá de ellas.
Afortunadamente disponemos de muchos ejemplos de esas posibilidades. En el terreno académico se pueden mencionar, entre otros, las geo-ontologías de Elizabeth Povinelli, sucesivos aportes de Bruno Latour , o la cosmopolítica de Isabelle Stengers (25). Ilustran aportes que en varios casos son abstractos, globales y ajustados a la academia del norte global. Pero hay otros, muy relevantes, que se enfocan en las circunstancias de América Latina, o provienen de una reflexión académica acompasada a nuestros problemas y en diálogo con los pueblos indígenas. Entre los más recientes se debe mencionar el perspectivismo del brasileño Eduardo Viveiros de Castro o los seres-tierra de Marisol de la Cadena basado en su experiencia en los Andes peruanos (26).
Pero ya antes existía existía una frondosa reflexión y práctica latinoamericana que exploró otras ontologías distintas a las modernas en diálogo son saberes y sensibilidades de los pueblos originarios. Como ejemplo se puede mencionar a PRATEC (Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas), que trabajaba en Perú en la década de 1980 y 1990, o los aportes antropológicos pioneros del argentino Rodolfo Kusch (27). Ellos, como otros, llegaban a los márgenes de la ontología moderna y la cuestionaban desde allí, y además se adentraban en otras cosmovisiones donde las divisiones y dualidades desaparecían, el pensar era también sensibilidad, en constante flujo y enraizados en contextos específicos.
También debe tenerse muy presente que varias de las formulaciones sobre el Buen Vivir apuntaron en el mismo sentido. Varias de sus versiones originales resultaban de aperturas ontológicas, a las que se sumó que lograron una destacada sofisticación, impactando en los debates políticos a escala nacional en varios países andinos.
Para que esto sea posible se necesitan aperturas a otras ontologías (para usar el término propuesto por Marisol de la Cadena; 28). Esa disposición brinda al menos dos aportes fundamentales. Permite cuestionar a la Modernidad con otros argumentos, advirtiendo de las contradicciones que se esconden en su seno, y además sirve para encontrar, imaginar o construir alternativas que no son modernas. Algunas de ellas son más ejercicios intelectuales, pero otras están basadas en prácticas y saberes concretos, como las del Buen Vivir. No son pocas, sino que son muchas, y ni siquiera están restringidas a los mundos indígenas. En ellas se encuentran modos de concebir, sentir y practicar la política que son muy distintos, como ocurre cuando las comunidades son tanto de humanos como no-humanos. El aspecto clave compartido por todas esas opciones es que defienden la vida, la vida es un valor en sí mismo, y eso hace que sean de crucial importancia para enfrentar la necropolítica.
Otra política para la vida
La diseminación de la necropolítica aparece como un cambio sustancial de enorme gravedad, que acentúa la marcha hacia una catástrofe generalizada. Es urgente reaccionar ante esta situación porque el tiempo disponible para evitar ese desenlace es cada vez más acotado. Este ensayo, y el espacio que inaugura, pretende ser una contribución en ese sentido.
Sus propósitos son al menos dos. El primero es poner en evidencia que estamos ante cambios sustanciales en la política, y que estos son en su esencia diferentes a los ocurridos en el pasado. No somos testigos de un nuevo deterioro de la política clásica, ni es el triunfo de neoliberales o ultraconservadores. De algún modo lo que ahora ocurre es peor, porque están cambiando los modos por los cuales se reproduce la política, sus bases de legitimación, y sus sustentos morales. Eso explica la resignación, la indiferencia y la aceptación ante la muerte se difunde más y más. Aquí se ha descrito esa situación como necropolítica. Sea bajo una denominación u otra, es muy necesario analizar con la mayor rigurosidad los cambios políticos actuales para desentrañar sus causas más profundas y sus implicancias. Es indispensable dejarlos en evidencia para que no sigan avanzando, deformando prácticas e institucionalidades políticas, arrastrando en ello a otras categorías clave como justicia o democracia.
El segundo es promover las aperturas ontológicas. Apostar a “otra política” que asegure la defensa de la vida ya no puede hacerse desde la Modernidad, y requiere imaginar, reconocer o explorar otras ontologías. En este espacio no necesariamente se busca defender una alternativa específica, sino que insistirá en ese paso inicial que es la apertura a esas otras ontologías. Esto implica aceptar que la Modernidad tiene límites y que pueden existir o crearse ontologías más allá de ella. Dicho de otro modo, se busca romper los bloqueos modernos para incentivar, promover y rescatar aperturas hacia mundos políticos organizados de otros modos, con otros participantes y otros devenires.
La serie se denomina cuestiones y disputas, que más allá de su evocación histórica, expresan la intención en ofrecer ejercicios en reflexión política, donde el examen reflexivo sea también un propósito en sí mismo. No pretenden quedar circunscriptas a ejercicios académicos pero si se busca la rigurosidad. El término “otra política” en su simpleza deja en claro esa apertura hacia la diferencia, a las alternativas que no están predeterminadas, y que incluso pueden ser inconcebibles. La perspectiva predominante será latinoamericana. Finalmente, todo esto es impulsado por un sentido de urgencia, ya que no hay mucho más tiempo disponible, porque hoy, ya estamos en una política distinta.
Notas
1. Muchas de las ideas presentadas en este texto fueron adelantados en otras publicaciones. Aquí se resumen algunas, se suman otras, y se describe un programa de investigación, difusión y acción, en la inauguración de la serie.
2. Información según Our World in Data, al 18 febrero 2023, www.ourworldindata.org
3. In the Americas, homicide is the other killer epidemic, R. Muggah y K. Aguirre, Foreign Policy, 20 mayo 2022, aquí
4. Cities with the highest homicide rates in Latin America and the Caribbean in 2021, Statista, aquí
5. Sobre los impactos ambientales, por ejemplo Has the Earth’s sixth mass extinction already arrived? A.D. Baronsky y colab. Nature 471: 51-57, 2011.
Planetary Boundaries: Guiding human development on a changing planet. W. Steffen y colab. Science 347 (6223), 10.1126/science.1259855, 2015.
6. Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas. Eudeba, Buenos Aires, 1984.
7. Por ejemplo, De no tomar medidas urgentes, el mundo se dirige hacia una catástrofe climática: Secretario General de la ONU, PNUMA, 27 octubre 2022, aquí
8. Indicadores en el Informe 2021. Adiós a Macondo. Latinobarómetro, Santiago, 2021.
9. La aceptación, resignación y fenómenos asociados aparecen en distintos abordajes que describen lo que se califica como crisis, desencanto o distanciamiento de la política, o usa conceptos como pospolítica, posdemocracia, política de la mentira, de fake-news, populismo, nuevo fascismos, etc. Ejemplos de algunos abordajes: Posdemocracia, C. Crouch. Taurus, Madrid, 2004. Why We Hate Politics, C. Hay. Polity, Cambridge, 2007. Algo va mal, T. Judt. Taurus, Madrid, 2011. Ruling the Void? The Hollowing of Western Democracy, P. Mair. Verso, Londres, 2013. How democracies die, S. Levitsky y D. Ziblatt. Crown, New York, 2018.
10. Por ejemplo The way the modern world Works. World hegemony to world impasse. P.J. Taylor, Wiley, West Sussex, 1996. La invención de lo político, U. Beck. Fondo Cultura Económica, Buenos Aires, 1998. Una arqueología de lo política. Regímenes de poder desde el siglo XVII, E.J. Palti. Fondo Cultura Económica, Buenos Aires, 2018.
11. Sobre el pensamiento político latinoamericano, a manera de ejemplo, véase Pensamiento sociopolítico moderno en América Latina, N. Werz. Nueva Sociedad, Caracas, 1995. El pensamiento latinoamericano en el siglo XX, E. Devés Valdés. 3 tomos. Biblos, Buenos Aires, 2000, 2003 y 2005. Ideas políticas en América Latina, P. Funes. Colegio de México y Turner, Madrid, 2014. Además: Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo, M. Svampa. Edhasa, Buenos Aires, 2016.
12. Véase Political ontology. Cultural studies without ‘cultures’? M. Blaser. Cultural Studies 23 (5-6): 873-896.
13. La política como profesión, M. Weber. Biblioteca Nueva, Madrid, 2007, p 140.
14. Aportes en ese sentido van desde el “lado oscuro” de la modernidad de Mignolo a la “contra-modernización” indicada por Beck (citado arriba). The darker side of Western Modernity. Global futures, decolonial options, W. Mignolo. Duke University Press, Durham, 2011.
15. Véase, por ejemplo, Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979), M. Foucault. Fondo Cultura Económica, Buenos Aires, 2021.
16. El concepto fue presentado en: Necropolitics, Public Culture 15 (1): 11-40, 2003; ver además Necropolitics, Duke University Press, 2016; en castellano: Necropolítica, Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2011.
17. El análisis y redefinición, enfocada en América Latina, en Necropolítica: la política del dejar morir en tiempos de pandemia, E. Gudynas. Palabra Salvaje 2: 100-123, 2021.
18. Por ejemplo: STF determina apuração contra membros do governo Bolsonaro por genocídio indígena. W. Carmo, Carta Capital, 30 enero 2023, aquí
19. “O Brasil é hoje um país humilhado por ter tolerado o intolerável”. Entrevista a Deisy Ventura, J. V. Santos, Instituto Humanitas, Unisinos, 26 enero 2023, aquí
20. Brutalization of the social conflicto: struggles for recognition in the early 21st century, A. Honneth. Distinktion: Scandinavian Journal Social Theory 13 (1): 5-19, 2012.
21. El problema de las omisiones, los silencios o la indiferencia en La “barbarie” moderna, ¿un microestado de la naturaleza? C. Offe. Papers, Revista Sociología, Universidad Autónoma Barcelona, 84: 21-45, 2007.
22. Se refiere a las moralidades ausentes descritas en Moral failure. On the imposible demands of morality, L. Tessman, Oxford University Press, New York, 2015.
23. En varios sentidos esto fue advertido en el clásico de M. Horkheimer y T.W. Adorno que señalaba que la Ilusración encerraba una racionalidad que desembocaría en una autodestrucción. Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 1998. Otros autores apuntan en sentidos análogos (como Mignolo, citado arriba).
24. La fundamentación de esa advertencia por ejemplo en Modernity is incompatible with planetary limits: developing a PLAN for the future. T.W. Murtphy Jr y colab. Energy Research & Social Sciences 81, 10.1016/j.erss.2021.102239, 2021.
25. Geontologies. A requiem to late liberalism, E.A. Povinelli. Duke University Press, Durham, 2016. Políticas de la naturaleza. Por una democracia de las ciencias, B. Latour. RBA, Barcelona, 2013. En tiempos de catástrofe. Cómo resistir a la barbarie que viene, I. Stengers. Futuro Anterior, Buenos Aires, 2017.
26. La mirada del jaguar. Introducción al perspectivismo amerindio, E. Viveiros de Castro. Tinta Limón, Buenos Aires, 2013. Earth Beings. Ecologies of practice across Andean worlds. M. de la Cadena. Duke University Press, Durham, 2015.
27. Como ejemplo, véase Cultura andina agrocéntrica, VV. AA., PRATEC, Lima, 1991. América profunda, R. Kusch, Biblos, Buenos Aires, 1999 [1962].
28. The politics of modern politics meets ethnograhies of excess through ontological openings, M. de la Cadena. Filedsights – Theorizing the contemporary, Cultural Anthropology Online, 13 enero 2014, aquí
Imagen inicial en este artículo es un grafiti en Bogotá, Colombia (fotografía del autor)
Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). En redes sociales): @EGudynas. El texto puede ser reproducido siempre que se cite la fuente (licencia Creative Commons BY SA). ISSN 2982-4184.
CITA: Hoy es distinto: políticas de la muerte y las aperturas a otra política, E. Gudynas, Otra Política - cuestiones y disputas, No 1, 27 febrero 2023 - https://otrapolitica.substack.com/p/01necropoliticayalternativas - DOI: 10.5281/zenodo.8040691